martes, 15 de marzo de 2011

LA CARRETA

Nuestros pueblos tienen sus espantos y aparecidos, sus cuentos y leyendas. Algunas de ellas son producto de la imaginación de hombres y mujeres de estas tierras, otras vienen de otras partes de la región, del país y también las que proceden de más allá de los mares, las que vinieron a nuestras tierras con el conquistador español. Esas leyendas han pasado de una generación a otras de forma sucesiva por medio de la oralidad.

En ciudad Bolivia, la capital del municipio Pedraza, todavía existe la creencia en un número significativamente cuantioso de personas de la presencia en las noches de las calles solitarias, con oscuridad o sin ella, de una fantasmal figura integrada por una carreta que viaja a veloz carrera por la calzada pública produciendo con sus oxidados ejes un ruido ensordecedor y macabro que penetra por el oído y llega hasta los huesos. Aseguran quienes han creído haberla visto que el conductor de la carreta es un viejo andrajoso y harapiento que fustiga frenéticamente con su látigo a un negro y extraordinariamente flaco caballo que suelta llamaradas de fuego por las aberturas de la nariz y el hocico, y que además sus herraduras echan chispas de candela cuando sus sonoros cascos revientan el piso de la calle. Sostienen los que dicen haber sido sorprendidos por la repleta carreta de la muerte que la carga que trasporta hacia el cementerio de la ciudad está integrada por hombres, mujeres y niños que emiten espeluznantes quejidos de moribundos.

La conseja popular dice que los moribundos trasportados en la carreta que asusta a la gente corresponden a los muchos cristianos que fueron sepultados vivos y que fueron dados por muertos cuando agonizaban de los terribles males que se convirtieron en epidemias cuando Pedraza fue azotada por la peste de calenturas, viruela, la fiebre amarilla, el vómito negro y el paludismo, que diezmaron a una población indefensa sin servicios sanitarios en distintas épocas desde su fundación a finales del siglo XVI. La creencia popular afirma que la carreta circula por las calles de la ciudad, en algunas noches del año, porque las almas de los cristianos que fueron sepultados sin haberse muertos buscan que sus deudos eleven oraciones al Creador por el eterno descaso de sus almas en pena.

Pero el espanto no se le aparece a todo el mundo. A muy pocos parroquianos les ha asustado la fantasmagórica figura en las noches oscuras. Algunos aseguran que la carreta que asusta solamente se les aparece a los borrachos cuando deambulan solitarios por la vía pública en horas de la madrugada al momento que regresan de sus parrandas. Los mujeriegos empedernidos, los mentirosos consuetudinarios, los que suelen ser infieles a sus esposas o maridos, los que amparados en las sombras de la noche cometen cualquier tipo de delito, son a quienes La Carreta les hace pasar algún mal rato. A los hombres, mujeres, niños y niñas que tienen buen comportamiento no se les ha aparecido la diabólica figura, ni han escuchado alguna vez los escalofriantes chirridos de los ejes de la infernal carreta.

EL ESPANTO DEL TICOPORO

Casi nadie escucha en estos tiempos en el vecindario las narraciones referidas al Espanto del Ticoporo; parece que esa leyenda está destinada a desaparecer de entre los pedraceños. Este espanto producía entre los transeúntes terror, asombro y consternación por el supuesto acompañamiento que hacía alguien a quien no se veía. Dicen que muchos fueron los que sintieron, pero no vieron, una extraña situación que los enmudecía de pavor.

Dicen que en las cercanía del río Ticoporo, ubicado muy próximo a Ciudad Bolivia, solía hace mucho tiempo ocurrir una cosa inaudita, poco creíble, pero que sus referencias saltaba de boca en boca entre los parroquianos que residían en las comunidades rurales de Sabaneta, Mijaguas, El Banquito, El Aceituno, Banco Alto y Las Piedras. Sin embargo entre los nuevos residentes de esas comarcas no se escuchan narraciones que relaten acontecimientos recientes vinculados al Espanto del Ticoporo. Muy pocos ancianos relatan los escándalos a que fueron sometidos estos caseríos, pero todos ellos muestran un brillo fulgurante en sus ojos y recuentan añejas andanzas en las que se enteraron de la supuesta aparición del espanto.

Parece ser que por aquellos tiempos, hace muchos años, algún transeúnte que se desplazaba en bicicleta, en horas cercanas a la medianoche y en la oscuridad, por una carretera llena de piedras y arena en la que estaba colocado un puente sobre el río Ticoporo, sentía de manera sorpresiva y en silencio que la carga de alguien sin su consentimiento subía en plena marcha sobre la parrilla de su vehículo y lo acompañaba durante el recorrido de un trayecto que la mayoría de las veces alcanzaba unos trescientos metros de distancia. Comentaban los que sabían del cuento que el asustado conductor de la cicla trataba de observar en medio de la oscuridad y del susto la presencia visual de alguien, pero sus intentos eran vanos. Por supuesto que el susto se hacía cada vez mayor a medida que cubría el trayecto con un peso superior al suyo, pero la supuesta persona bajaba sin despedirse ni dar las gracias a los pocos metros, quedando el infortunado ciclista lleno de pavor y encomendándose a los Santos del Cielo.
Algunos aseguraban que el espanto solía darles escarmiento a los atrevidos que se aventuraban a transitar en medio de las noches solitarias por esos caminos y carreteras. Argumentan algunos que la presencia del espanto, ocasionando sustos, ocurría con la finalidad de evitarles el peligro a que se exponían los caminantes y conductores de bicicletas en las noches oscuras por la carretera solitaria. Otros dicen que el Espanto del Ticoporo corresponde al alma en pena de un pobre hombre que fue asesinado en el sitio donde está colocado el puente sobre el río del mismo nombre cuando deambulaba sin precaución por la carretera. Juran que para evitar los eventuales ataques del extraño acompañante se recomienda llevar escapularios y rezar un Padrenuestro al atravesar el río.

lunes, 14 de marzo de 2011

LA SAYONA

La leyenda de la aparición de un espanto tenebroso con figura de mujer es una de las narraciones más tradicionales en Pedraza, referida por la gente que especialmente habitan en los llanos. Algunos son los que aseguran que en los caminos solitarios de la sabana suele aparecérsele a los caminantes en las noches sin luna una mujer muy hermosa y elegantemente vestida con un sayo, un largo vestido blanco que le cubre el cuerpo desde el cuello hasta los píes, razón por la que ante el desconocimiento de su nombre la apodaron La Sayona.
Cuentan que una vez, hace poco tiempo, un hombre infiel a su esposa mantenía en secreto una relación amorosa con una mujer a la que frecuentaba en citas clandestinas al amparo de la oscuridad de las noches en lugares poco concurridos. Cuando este mujeriego del caserío se aproximaba al sitio convenido para el encuentro amoroso con su amante observó que, a poca distancia suya, caminada en su misma dirección una mujer muy bella trajeada de blanco. El aventurero decidió apurar su marcha para darle alcance y pretenderla con propuestas amorosas; pero cuando estuvo a su lado pudo notar horrorizado que de la feísima cara le destacaban unos horribles dientes extremadamente grandes y que sus ojos rojizos parecían salirse de sus orbitas. El asustado pretendiente aumentaba su susto al escucharle al espanto unos alaridos espeluznantes que le hacían parar los pelos de punta, que al tratar de huir sentía que sus fuerzas desfallecían y era alcanzado por la mujer que se convirtió en su atacante. Lleno de terror trataba de correr hacía cualquier parte en medio de la oscura sabana, llevándose por delante cuanto conseguía y llenando de heridas todo su cuerpo con los chamizos, hasta que casi al amanecer cayó al suelo desfallecido. En la mañana el moribundo hombre fue encontrado por unos amigos que pasaban por casualidad por el sitio donde agonizaba, estos le prestaron ayuda y pudo volver a su casa.

Muchos relatos como éste son escuchados en Pedraza. Dicen que la leyenda surgió porque una bella mujer casada y celosa acudía todos los días a bañarse en un caño que estaba cerca de su casa, era espiada permanentemente en el pequeño arroyo por un hombre que estaba locamente enamorado de ella, hasta que lo descubrió; y le hizo el reclamo de rigor. El platónico enamorado se excusó diciendo que sólo pretendía ponerla al tanto de la infidelidad de su marido con su propia madre. La celosa mujer se llenó de ira, se marchó en veloz carrera, fue hasta su casa, tomó un filoso machete en sus manos, les dio muerte a sus pequeños hijos y a su marido, y se dirigió hasta la casa de su progenitora, a la que le asestó tres machetazos en el abdomen mientras le gritaba reclamos ofensivos. La moribunda mujer le decía que había cometido el más grande de los pecados: “has matado a su propia madre”. Acto seguido, y antes de lanzar el último respiro la maldijo diciéndole: “Sayona serás para siempre”. Desde entonces su alma en pena vaga sin paz ni descanso, persiguiendo a los hombres infieles para castigarlos dándole muerte.

LA LLORONA

Tal vez la leyenda de La Llorona sea la más popular de todas en Pedraza. Dicen algunos pedraceños que en ciertas noches en los caminos de la sabana, en las calles de barrios de Ciudad Bolivia y en algunos caseríos, suele aparecérseles un extraño espanto causándoles susto, miedo y terror. Cuentan que en las calles de los barrios El Cementerio, Caja de Agua, El Silencio, El Estadio, La Quinta y Vista Hermosa; y en los caseríos de Mijaguas, Concha, Maporal, Los Mangos, Anime, Chuponal, Las Peñitas y Merepure; y en los caminos solitarios del llano en Campo Alegre, Solanero, La Tigra, Pueblo Nuevo, El Polvero, Mesero y Romereño, aparece este aparato que causa pánico a transeúntes con la emisión de lastimeros y tenebrosos llantos en medio de la noche.
Hay quienes relatan como ciertos los muchos sustos que causa a quienes deambulan a altas horas de la noche una mujer despeinada y macilenta, a la que no se ve la cara, que camina llevando un largo vestido blanco ensangrentado, cargando en sus brazos a su hijo muerto, y que llora desconsoladamente en medio de la soledad. Aseguran que el cuerpo llevado en brazos es tan viejo y anciano como ella porque desde hace mucho tiempo vaga sin rumbo fijo en busca del perdón. Otros cuentan que solamente le han escuchado sus lamentos y sollozos diciendo: “Ay mi hijo”, “ay mi hijoooo”. Más de uno asegura que el llanto “es un horrible sonido que les espeluca el cuerpo”.
Cuenta la leyenda que La Llorona es el alma en pena de una muchacha del pueblo que tuvo amores con un hombre que la embarazó, abandonándola al saber la noticia del embarazo y casándose con otra mujer. Afirman algunos que la joven lloraba sin consuelo por la pérdida de su amante y que poco después de parir, cegada por la ira y presa de los celos, le dio muerte a su hijo con un filoso cuchillo; al caer en cuenta del crimen que había cometido lloró desgarradoramente y comenzó a gritar fuertemente para llamar la atención de sus familiares y vecinos, quienes al entender lo sucedido la maldijeron para siempre. Luego ella salió corriendo hacia la sabana y desde ese momento vaga convertida en espanto.

Según la tradición pedraceña La Llorona no asusta a todos quienes andan durante la noche por calles de pueblos o caminos de la sabana. Únicamente se les aparece a aquellos caminantes cuando regresan de sus frecuentes parrandas, a los esposos infieles, a los malos padres que desconocen a sus hijos y a las mujeres que abandonan a sus hijos por ir a fiestas.
Ocasionalmente algunos confunden a este espanto con La Sayona; pero a ésta le ven la cara, en cambio a La Llorona no; una llora y la otra no emite ningún tipo de sonido; una carga un niño en sus brazos, la otra vaga solitaria; ambos espantos son femeninos, tienen largas cabelleras y llevan largos vestidos blancos.

LA BOLA E´ FUEGO

Cuentan los viejos llaneros de Pedraza que por las noches, en la inmensidad del llano, solía aparecérseles una extraña y grande figura de fuego en forma de bola flotando a pocos metros de altura de suelo, que se les acercaba y alejaba, causándoles miedo y terror. Dicen que en las sabanas de Curbatí, Anaro, Maporal, Mata Escondida, Soropo, Canaguá, Suripá y Palmasola, especialmente en épocas de verano, aparece este espanto que persigue a los que andan solitarios por los caminos sabaneros. Algunos relatan como ciertos los frecuentes sustos que la Bola e´ Fuego causa a los caminantes en las noches sin luna.
Los narradores de la leyenda del espanto de la Bola e´ Fuego aseguran que ella resultó de un fiero pleito a machetes que protagonizaron dos compadres de sacramento por una disputa sobre linderos de tierras. Comentan que una vez, hace mucho tiempo, un par de compadres estaban involucrados en una agria discusión por diferencias en torno a la ubicación de los límites de sus propiedades. La discusión alcanzó niveles ofensivos, a ambos vecinos los invadió la ira. Se armaron de filosos machetes y entablaron una peligrosa pelea cuando apenas era media tarde de un día domingo. Los lances violentos se prolongaron sin interrupción ni descanso hasta que el sol mostraba sus últimos rayos; muchas heridas se ocasionaron en sus cuerpos con las herramientas convertidas en armas mortíferas, de las que brotaba mucha sangre. Cuando estaba a punto de caer la noche en el lugar de la disputa chocaron por última vez los machetes en el aire, produciéndose una chispa de candela, y acto seguido cayeron ambos cuerpos sin vida en medio de un charco de sangre. De inmediato esa chispa de candela se convirtió en una enorme bola de fuego que se alejó rápidamente en el horizonte.
Dicen que esa figura de fuego en forma bola son las almas en pena de esos compadres que vagan por la sabana en busca de alguien que se apiade de ellas y eleve plegarias al Creador por su definitivo descanso. Aseguran algunos que la Bola e´ Fuego se acerca al caminante solitario, y que éste debe maldecirla porque cualquier rezo la atrae. También comentan que una forma segura de evitar su persecución es desplazarse llevando un cabo de soga arrastrando por el suelo, o desmontarse del caballo y tenderse boca abajo en el camino hasta que se aleje.
Se ha escuchado decir que las bolas de fuego realmente existen, y que corresponde a un real evento físico producido por la fricción de dos corrientes de aires que viajan por la sabana a gran velocidad en sentido contrario, y que al producirse en horas de oscuridad permite observarse de diferentes dimensiones. Algunos han llegado a decir que ellas son producto de gases originados por la descomposición de materias orgánicas en el fondo de los esteros de las llanuras. Sea lo que fuere, la conseja popular enseña con esta leyenda que deben evitarse las peleas entre los vecinos, además de respetarse el sacramento del bautismo.

GASPAR

Una de las leyendas más populares de Pedraza narra la supuesta presencia de un espanto que se presenta en las vegas y conucos del territorio municipal; aunque también aseguran que su aparición solamente ocurre en las noches y en los espacios sabaneros. Se tiene referencia de su presencia en los caseríos Mata de León, Concha, Las Peñitas, Solanero, Maporal y Mijaguas; y en las sabanas de Rosalía, Palma Sola, El Aceituno, Banco Alto, Las Piedras, Canaguá, Los Güires, Potrero de la Virgen, La Calzada, Cajeta, Lochozote, Anime y Matarrala. Algunos sostienen que es un fantasma del más allá, sin embargo otros dicen que es un pájaro nocturno y veguero que emite un extraño trino parecido al sonoro nombre de una persona.

Dicen que en algunas noches en los caminos sabaneros, suele escucharse la voz de una mujer que pronuncia repetidamente un nombre: ¡Gaspar!, ¡Gaspar!, ¡Gaspar, Gaspar! Los asustados caminantes cuentan que “solamente escuchan la voz, pero no ven el bulto”. Alumbran a todas partes con la luz de sus linternas y no pueden divisar al emisor de los gritos suplicantes de una mujer llamando a Gaspar. El miedo se apodera del escucha que deciden volver despavorido a su casa, narrando muy asustado la causa de su pavor.

La narración popular sostiene que el origen de la leyenda corresponde a un hombre llamado Gaspar, quien maltrataba constantemente a su mujer. Cuentan que una vez este malvado marido se llevó muy lejos a su mujer, la golpeo inmisericordemente, descargando sobre su débil cuerpo toda la maldad de su ira. Dicen que arrebatado por una descontrolada pasión le sacó los ojos a su compañera y la dejó abandonada en medio de una sabana pedraceña ubicada más allá del río. Aseguran los conocedores del cuento que mientras el mal hombre se alejaba de su víctima, ésta lo llamaba por su nombre con desgarradores gritos de dolor y llanto. La gente comenta que Dios castigó Gaspar con la persecución permanente de los ecos del sonido de su nombre pronunciados por su desesperada mujer pidiéndole socorro y auxilio, que no la dejara sola y ciega abandonada en esa lejanía solitaria. Dicen que ahora el Señor castiga a los otros Gaspar que le hacen daños a las mujeres.

La leyenda sostiene que ese mismo sonido es el que escuchan algunos transeúntes cuando transitan por los caminos del llano en las sabanas pedraceñas. Dicen que los asustados por el espanto son aquellos que maltratan física o moralmente a sus esposas y compañeras, o a sus hijas o hermanas. La conseja popular sostiene que los asustados reciben este castigo por maltratar a mujeres. La leyenda asegura que quien es asustado con la escucha de la tenebrosa repetición del nombre Gaspar es porque en alguna ocasión le ha producido maltrato a una mujer.

EL SILBÓN

El Silbón es una leyenda popular en todo el país; dicen que hasta más allá de la frontera venezolana aparece este espanto asustando a la gente. Muchos pedraceños aseguran que a otras personas una figura fantasmagórica les ha perseguido en las noches por los caminos sabaneros, en caseríos y por las calles de los pueblos, causándoles terribles sustos. Cuentan que especialmente en el mes de mayo aparece la figura de un hombre largurucho que causa pánico a transeúntes con la emisión de tres silbidos prolongados, penetrantes, consecutivos y de diversa intensidad que espeluca el cuerpo, produce escalofríos, y hasta les hace perder el sentido en medio de la oscuridad.
Según las narraciones, la mayoría de las personas solamente ha escuchado los largos y agudos silbidos; muchos hacen referencias a la audición del sonido tenebroso que emite el espanto, pero muy pocos dicen haber visto la imagen del Silbón; aseverando que mientras más intenso es el sonido más lejos se encuentra, y al contrario, cuando es más débil es porque el bicho está muy cerca. Sin embargo hay quienes expresan testimonios descriptivos del espanto. Aseguran que es la figura de un hombre con sombrero de cogollo, extraordinariamente flaco y alto, con las piernas muy largas; que sus canillas sobrepasan las soleras de los techos de casas; que carga un saco al hombro con los huesos de sus padres, a los que asesinó.
Cuenta la leyenda que El Silbón es el alma en pena de un hijo mimado que comió las vísceras de su padre, al que mató porque éste al fracasar en una faena de cacería no le satisfizo el deseo de comer “asadura” de venado. Cuentan que el malcriado se antojó de almorzar con vísceras de venado, razón por la que le pidió a su progenitor que fuera a cazarle el animal deseado; cuando el hombre regresaba de la sabana sin animal alguno le dio muerte con su propia escopeta, lo descuartizó y puso a su madre a cocinar sus riñones, corazón, hígado, intestinos y pulmones, en un fogón de leña en el patio de la casa. Porque tardaban en ablandarse las presas en cocción la cocinera sospechó que éstas eran las de su marido y no de venado. Interrogado el asesino, confesó el horrendo crimen, fue azotado por su hermano Juan con un típico mandador de pescuezo, tratando de huir del castigo fue mordido en los talones por un perro de nombre Tudeco, y la madre lo maldijo para siempre: “Tu alma vagará en pena, persiguiendo a borrachos parranderos”. Dio muerte a su madre, los cuerpos sin vida de sus padres los echó dentro de un saco, se lo zumbó al hombro y rajó en carrera hacía el monte.
Según la tradición El Silbón ataca a hombres borrachos y parranderos, y a embarazadas; a los beodos los persigue para chuparle el ombligo y beberles el aguardiente que contienen en la barriga y a las mujeres para sacarles a sus hijos del vientre y comerles las criaturas. Dicen que la única forma de ahuyentarlo es azuzándole al perro Tudeco: ¡Cuje Tudeco!, ¡cuje Tudeco!, ¡cuje Tudeco!

EL LEÑADOR

La leyenda del Leñador está a punto de desaparecer del recuerdo de los pedraceños; solamente algunos viejos contadores de cuentos de caminos hacen alguna referencia a este espanto que le ha causado sustos enormes a algunas persona y a otros, muy pocos, hasta la muerte. Este aparato es una aparición diurna que merodeaba en el campo en lugares cercanos a zonas boscosas. Ancianos muy conversadores han dicho que les escucharon a hombres de su tiempo el relato del Leñador, una supuesta figura con forma humana que producía escalofríos y terror.
El Leñador solía asustar a la gente con apariciones diurnas. Dicen que todo comenzaba con la lejana y casi imperceptible escucha de los chasquidos que produce el hacha que usan los leñadores, cuando golpea fuertemente al tronco de un árbol seco en medio de la montaña. Aseguran que al trascurrir los segundos y minutos los repetidos sonidos se hacen más sonoros y perceptibles a oído humano, y parecen producirse en sitios cada vez más cercanos. Comentan que el crujir del supuesto leño golpeado por el hacha avanza sin prisa y sin pausa hasta el lugar de la eventual víctima del espanto; sale a la sabana y poco a poco penetra hasta el mismo solar de la casa campesina del hombre o mujer que en solitario escucha atentamente con miedo la aproximación del sonido. Aseguran que la solitaria y asustada persona al abrir la puerta de la habitación de su casa para de averiguar la verdadera causa del sonido que penetra en sus oídos se encuentra de frente con la figura de un descomunal hombre de color, con todo su cuerpo empapado en sudor, vestidos con harapos, con largos y afilado colmillos en forma de hacha, mirada fulgurante y perdida en el horizonte, cargando en su mano izquierda la herramienta cortante, compuesta de una gruesa hoja de acero, con filo algo convexo y enastada a un cabo de madera. Cuentan que la persona es atacada y perseguida por la aparición por los alrededores de la vivienda, y que al tratar de burlar la persecución del espanto es atrapada, quien acto seguido la ahoga oprimiéndole el cuello hasta impedir su respiración. Sostienen los cuenta cuentos que son muy pocos los atacados que han logrado sobrevivir, que la única manera de escaparse de la muerte es rezar un Padrenuestro mientras es perseguido por este engendro del mal.
Dicen que este espanto es el alma en pena de un labriego que asusta, y hasta ocasiona la muerte a algunos, que una vez le echó una maldición al trabajo que hacía de leñador en un hato llanero. También comentan que el espanto sólo se les aparece a aquellos que piensan que el trabajo es un castigo y una maldición. Los viejos de antes sostienen que ese pobre hombre nunca estaba contento con el trabajo que realizaba y que por esa razón prefirió suicidarse cortándose las venas de las muñecas de sus manos con la hoja filosa del hacha. Tal vez esto nunca haya ocurrido, pero lo cierto es que en Pedraza algunos todavía tienen esta creencia.

EL AMO DEL MONTE

En los montes y en las sabanas de Pedraza dicen que aparece un espanto; es la figura de un hombre bastante alto y delgado, de piel morena y de aspecto aindiado, que medio viste su cuerpo empapado en sudor con harapos muy sucios. Comentan que en sus ojos rojizos se le puede ver una mirada vidriosa. Le llaman el Amo del Monte. Afirman que algunas veces se le ha visto cabalgar sobre una danta enorme, a la manera de la diosa María Lionza.

La misteriosa aparición suele asustar a las personas cuando causan destrucción, especialmente a cazadores y leñadores. Parece que el Amo del Monte es un aterrador protector ambiental, porque aseguran que las víctimas del espanto son los sorprendidos in fraganti practicando la cacería de animales en campo en días prohibidos, particularmente en los días de Semana Santa o los domingos de las semanas ordinarias; y porque suele, en primer término, arengar a los infractores con serios regaños rabiosos, y en segundas instancias, mediante la aplicación de castigos corporales producidos por latigazos. También dicen que el Amo del Monte manifiesta su molestia ante la tala y quema de bosques o sabanas por maldad y sin razón.

Dicen que una vez Juancho fue al monte a cazar, haciendo una matanza abundante de chácharos sin necesidad. De repente se le apareció el Amo del Monte en plena faena y lo regañó haciéndole saber que no repitiera más nunca semejante carnicería innecesaria, y seguidamente se desapareció como por arte de magia sin dejar rastro. Cuentan que después de ese primer encuentro el cazador irresponsable volvió con sus fechorías y fue entonces cuando apareció la misma figura que le había reclamado su mal proceder y lo azotó con un mandador de chaparro hasta dejarlo en el suelo tendido sin fuerzas y asustado es sumo grado. Algunos aseguran que la impresión que causa el espanto deja momentáneamente a los asustados sin voz y sin conciencia.

Dicen que el Amo del Monte es un espanto que se adueñó de las sabanas y los montes para evitar que cazadores y taladores hagan estragos en sus predios. La leyenda cuenta que el Amo del Monte es el alma de un buen hombre que vivió preocupado permanentemente por los animales silvestres del campo. La creencia popular dice que este espanto es amigo de venados, picures, dantas, lapas, cachicamos, osos, bagres, coporos, mijes, cachamas, palometas, gabanes, garzas, palomas, güires, chigüires, tigres, leones, cunaguaros, cedros, mijaos, ceibas, apamates, araguaneyes, robles y saqui-saquis.
Parece que esta leyenda es de origen aborigen y campesino. Es una creencia popular en Pedraza y que se sabe su existencia en otras latitudes del llano venezolano.